jueves, 13 de agosto de 2009

martes, 4 de agosto de 2009

Sin sus carnes de mercurio, las garzas me atravesaron la cara despojándome de todo, en un vacío absolutísimo. Falta la boca, y nariz probablemente.
Las micas de sus alas, escamas clavadas en mi sangre lastiman y entorpecen mi andar, estoy muy lejos y probablemente a la segunda embestida ya no tenga escapatoria.
Veo a lo lejos como clavan el pico en naranjas y frutos que explotan en vísceras llenas de semillas, secos de heridas mortales. Las carnes de los frutos se acaban.
Veo las cabezas de las garzas y los ojos inflamados de fuegos fatuos que giran todos de golpe hacia mí. Están lejos en el arroyo, y yo tirada en el suelo, temo a las garzas hambrientas de azogue y claman por más.
Las garzas se aproximan y a su vuelo llegan a mí. Cuando te llegan a la garganta son tragafuegos terrestres, y el cuerpo rápido se desvanece en el mar de picos de plata.
Las garzas se van; esperan; próximas, a la puerta más cercana.
Y detrás de la puerta.
Vos.