viernes, 3 de julio de 2009










The rain continued. It was a hard rain, a perpetual rain, a sweating and steaming rain; it was a mizzle, a downpour, a fountain, a whipping at the eyes, an undertow at the ankles; it was a rain to drown all rains and the memory of rains. It came by the pound and the ton, it hacked at the jungle and cut the trees like scissors and shaved the grass and tunneled the soil and molted the bushes. It shrank men's hands into the hands of wrinkled apes; it rained a solid glassy rain, and it never stopped.

(...)

Algo le corría por la piel. Algo crecía sobre él, en capas. Caían unas gotas, sobre otras gotas, y todas se unían formando unos hilos de agua que le corrían por el cuerpo. Y mientras, las raíces de las plantas se le metían en la ropa. Sintió que la hiedra lo cubría con un segundo traje; sintió que los capullos de las flrecitas se abrían, y que caían los pétalos. Y la lluvia seguía y seguía, golpéandole el cuerpo y la cabeza. En la noche luminosa (pues la vegetación brillaba ahora en la oscuridad) podía ver las figuras de los otros dos hombres, como troncos caídos cubiertos por un manto de hierbas y flores. La lluvia le golpeó la cara. Se cubrió la cara con las manos. La lluvia le golpeó entonces el cuello. Se volvió boca abajo, en el barro, entre las plantas de tejidos elásticos, y la lluvia le golpeó la espalda y las piernas.




El teniente se incorporó y comenzó a sacudirse el agua del cuerpo. Mil manos lo estaban tocando, y no quería que lo tocaran. Ya no lo aguantaba más. Trastabilló y chocó contra alguien. Era Simmons, de pie bajo la lluvia. Simmons escupía, tosía y estornudaba.


Y en seguida Pickard, gritando, se incorporó y echó a correr.


-¡Un momento Pickard!


-¡Basta! ¡Basta! - Gritaba Pickard. Disparó seis veces su arma contra el cielo de la noche. En el resplandor de la polvóra, durante un instante, con cada detonación, los hombres pudieron ver ejércitos de gotas de lluvia, como incrustadas en una vasta e inmóvil piedra de ámbar, como sorprendidas por la explosión.


Quince billones de gotitas, quince billones de lágrimas, quince billones de joyas en una vitrina forrada de terciopelo blanco. y luego, cuando la luz desapareció, las gotas que se habían detenido para ser fotografiadas, que habían suspendido su rápido descenso, cayeron sobre los hombres, como una nube de voraces insectos, fría y dolorosa.


-¡Basta! ¡Basta!


-¡Pickard!


pero Pickard ya no se movía.






Ray Bradbury. El hombre ilustrado. La lluvia.

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